jueves, 20 de agosto de 2009

Un regalo para Bogotá

Hace algunas semanas regresé de mi viaje a Düsseldorf, donde pasé el verano plácida y hasta a veces aburridamente con mi señora, mi hijo, mi nuera y los trillizos. Paseamos por el museo Aquazoo – Löbbecke, muy conveniente para ellos: pingüinos, moluscos, insectos, agua y más agua; todo lo que unos niños de 6 años desean en época de vacaciones.
Mientras disfrutaba del clima y de estos maravillosos paisajes, recibí noticias de la aguda pero no extraña sequía teatral de nuestra querida y desbaratada cuidad, así que fue tiempo de volver, de regresar, de retornar.
Debo reconocer que mi estadía en Europa fue muy placentera y el no haber asistido a ningún espectáculo teatral, relajó mi espíritu y me devolvió a mi patria cargado de buenas energías y tolerancia para lo que de ver espectáculos se trata…
Volví a mis andanzas de viejo desocupado, a mi periplo por los escenarios capitalinos en busca del tan anhelado hecho teatral, aquel que me contraría, me seduce y muchas, pero muchas veces me decepciona; no crean, he tratado de dejarlo, he tratado de poner mis ojos en otras cosas, pero no puedo; está dentro de mí, hace parte de esencia, en fin… esto es un mal necesario.
Dentro de esta búsqueda tuve la “fortuna” de asistir a la función de estreno del naciente festival “Impulsos”, que se inauguró en La Casa del Teatro Nacional.
Muy encomiable me parece el esfuerzo conjunto que desean realizar los organizadores de este magno evento, que coadyuvará a aquellos que vienen realizando festivales desde hace varios años, como La Libélula Dorada, que desarrolla anualmente un festival de danza contemporánea en donde tienen cabida muchas de las propuestas de nuestra danzante joven ciudad.
Yo sabía a lo que iba, sabía que me tenía que aguantar uno o más discursos antes del performance, pero lo que no esperaba es que esta primera parte del evento de inauguración resultara ser más entretenida y divertida que la obra misma.
Las palabras de bienvenida de Adela Donadío fueron sentidas, emotivas, anecdóticas y muy informativas. Sale a relucir su capacidad de concreción de ideas, su redacción fina, cercana a los oyentes, se notó su propósito y compromiso como coorganizadora del festival.
Al llegar el turno de Tino Fernández, el espectáculo cambió radicalmente. Los nervios se le notaban a granel. Su discurso amenazaba interesante, y su lectura fluía con naturalidad. La sorpresa llega con el primer punto aparte, cuando Juliana Reyes, coorganizadora del evento, irrumpe favorablemente para brindarle un respiro a su colega como si entrásemos en la ceremonia de entrega de aquellos mediocres premios que se otorgan a los actores y actrices de la televisión criolla, o al mejor (o peor) estilo del reinado de Cartagena. Él y ella compartieron párrafos, a cual más elocuentes; lo único que faltó fue el cetro, la corona o la estatuilla, porque en el público había uno que otro representante de jet set criollo.
Muy bien escrito el discurso, prepotentemente bien escrito; elitistamente bien escrito. Entendimos claramente cómo ellos (Fernández y Reyes) se autoproclaman los mártires del medio de la danza, los redentores de un género que necesita ser favorecido y compartido masivamente.
La feria de las autoproclamaciones continúa, pero el tono cambia cuando declaran su festival como el “hermano menor” del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que por cierto está muy ecológico por estos días, a cuenta de un arbolito anaranjado con tacones que creció sobre la tumba de Fanny Mickey para convertirse en su imagen oficial. Que me perdone la Señora Mikey, o mejor; Señora: perdónalos porque no saben lo que hacen!
Oportuno el anuncio de la hermandad, nos queda clarísimo hasta dónde quisieran proyectar su Festival. Muy de “hermano menor” cuando Fernández detiene el discurso, hace una pausa interpretativa, dirige su mirada hacia la nueva directora del FITB y escupe un sentido e ingenuo: “Ana Martha, buena suerte”. ¿Ah?
Si yo en mis juventudes hubiese hecho eso con mi hermano mayor en cualquier evento de clase alta donde nos desenvolvíamos brillantemente, él me hubiese llevado aparte para reclamarme tajantemente mi falta de tacto y mi alevosía.
Como si no fuera suficiente, Fernández y Reyes pregonan la siguiente frase como si estuvieran en la plaza de Bolívar frente a 50 mil personas: “… BOGOTÁ, ESTE FESTIVAL ES PARA USTEDES”.
Muchas gracias señores por el ofrecimiento, muy altruista de su parte, pero ¿De dónde la plebe, el público en masa que se pretende llevar a estos eventos, va a sacar los 40 mil pesos que cuesta ir a ver un espectáculo allí? Vaya elitista manera de masificar su naciente propuesta.
Un festival en su PRIMERA edición como este, no se puede dar el lujo de cobrar como el “Hermano Mayor”, que lleva 20 años posicionándose en la mente, en los corazones y en los bolsillos de la gente.
Aplaudo la iniciativa y me parece formidable que alguien se tome el trabajo (que es bastante) de abrir espacios para intercambiar experiencias, pero no por eso voy a ser indulgente: lo que no soporto es la arrogancia de los organizadores. ¿Acaso esperan que nos arrodillemos ante ellos y les demos las gracias eternamente?

Oscuridad. Empieza la función. 50 minutos de texto entre una francesa y una española. Muy poco movimiento.
¿Será que tan temprano se les acabaron los Impulsos?

Justo CF.