jueves, 25 de septiembre de 2008

Y... ¿Dónde está el director?

Sobre "La Muerte de un viajante" - Montaje del Teatro Nacional.


Hace unos días leí una crítica que le hizo a la Tiendita del Horror el maestro Sandro Romero Rey del cual soy acérrimo admirador.

Me parece que Sandro tiene toda la razón al destacar la carencia de crítica especializada; creo que es indispensable para el medio que las personas que escriban sepan de lo que están hablando y que no se escuden en su ignorancia para destruir lo que con tanto esfuerzo nuestros productores ponen en la escena nacional.

Hoy quiero publicar mi primera crítica hablando de LA MUERTE DE UN VIAJANTE, montaje que por estos días adorna la cartelera del Teatro Nacional.

Aunque la obra tiene una serie de desatinos, tengo que empezar diciendo que muy a pesar de todo se salva y termina gustando, pero gracias al autor (el señor Miller) que escribió una pieza con situaciones claras y con personajes muy bien elaborados.

Es imperdonable que a estas alturas de la vida se sigan utilizando actores que están fuera de las características fundamentales del personaje (en este caso la edad del protagonista es un factor determinante en el casting) como hicieron con Luis Fernando Montoya, que tendrá alrededor de 50 años, cuando el personaje de Willy Loman se ubica casi en los 70; lo único que logran es poner a sufrir al actor tratando de darle vida a un personaje que no tiene nada que ver con él. No estoy diciendo que Luís Fernando Montoya lo haga mal, al contrario, aplaudo su valentía, su voz, su dicción y por supuesto su interpretación; el señor Montoya hizo lo suyo muy bien, pero lo siento… este personaje no era para este actor. Yo por ejemplo, traté de ver a mi padre reflejado en el personaje y no lo logré; insisto, no es culpa del actor, eso es responsabilidad del director; una obra como ésta necesita un actor que salga a escena y sin haber dicho una palabra, el público pueda ver a ese viejo senil de casi 70 años (como yo!) y no a un muy buen actor rompiéndose el lomo tratando de convencerlo de algo casi imposible.

También deja muy triste la actuación de Manuel José Chávez, a quien noté bastante perdido en un personaje que más bien parecen tres. Lo que muestra en el primer acto es muy distinto a lo del segundo y al final trata de sostener su propuesta pero le es muy difícil porque le faltan directrices (Y... ¿Dónde está el director?). Manuel José no es Luís Fernando Montoya para que el director lo pueda dejar a su suerte, Manuel José es un muchacho con poca experiencia en las tablas y unos vicios propios de la televisión que no serían imposibles de limar si hubiera un director dedicado a sus actores y no sólo pendiente de una estética.

Por el contrario, Juan Sebastián Aragón es el indicado para el personaje y hay que decirlo, tiene momentos sublimes que logran conmover pese a la simplicidad de la puesta en escena y bueno, hay actores de los que por fortuna para la obra están ahí, como Jennifer Steffens, Waldo Urrego y Gerardo Calero, que contribuyen con su experiencia de manera muy efectiva al buen desarrollo del cuento.

No es la primera vez que veo una pieza montada por Jorge Alí Triana. Lo considero un director perezoso porque no logra establecer unidad en los tonos de actuación, y le cuesta mucho trabajo profundizar en las propuestas de los actores; no logra concretar personajes contundentes, pero a la vez corre con suerte porque cuenta con actores que por sí mismos son capaces de hacerlo, como en el caso de Luís Fernando Montoya.

Sé además que no es la primera vez que este señor monta esta obra, y se nota que ésta versión es una mala copia de la primera. Me pregunto entonces: ¿Dónde está el director? - En todos los años que han pasado entre montaje y montaje de "La muerte de un viajante" ¿No evolucionó su forma de ver la obra? - ¿Será entonces que no ha cambiado su forma de ver la vida?

El tono y la falta de ritmo del primer acto casi hacen que me fuera del teatro en el intermedio, pero como me quiero dedicar a este oficio, hay que ver las cosas completas; uno nunca sabe si vayan a empeorar o de pronto mejoren como en éste caso. El segundo acto tiene más fuerza, más ritmo y poco a poco el tono cantado y viejo que vimos en el primer acto va desapareciendo. Es en esas cosas donde se nota la falta de un director entregado y trabajador. En general, todo está incompleto: la puesta en escena, los personajes, el tono y hasta la estética. Y para el momento del estreno, todos éstos factores deben estar resueltos; es responsabilidad del director entregar una pieza totalmente sólida para que los actores la acaben de enriquecer con el pasar de las funciones.

Hay que aprender de directores como Nicolás Montero, Fabio Rubiano o Pedro Salazar, que son mucho más concretos en la creación de personajes, y que asumen los riesgos con total convicción, y que no están sentados en una marca a la que el público esnobista colombiano le consume todo sin cuestionar en absoluto.

En cuanto a la escenografía, opino que no es nada útil para la cantidad de espacios que propone el dramaturgo; además es fea, no dice nada y no ayuda para que elementos como la iluminación puedan contribuir efectivamente a la creación de los espacios. La iluminación me parece correcta en medio de la complejidad que propone la mole de escenografía. El vestuario es muy común y corriente aunque tengo que decir que la ropa de Sebastián y Manuel José en el primer acto, es terriblemente fea y no tiene nada que ver con la época y mucho menos con los personajes.

En general vale la pena verla porque es un clásico de la dramaturgia norteamericana, y muy a pesar de la ausencia de un director, los actores logran contar la historia correctamente.

Pero pudo haber sido diez veces mejor!

Justo C F.