lunes, 31 de agosto de 2009

A papaya puesta...

Sobre PAPAYANOQUIEROSERPAPAYA de la compañía Cortocinesis.

Últimamente he escuchado varios comentarios sobre esta pieza de danza contemporánea que dirige Vladimir Rodríguez para la compañía Cortocinesis. Tengo que aclarar que nunca me baso en los comentarios para asistir a un espectáculo, es más, no creo en el criterio del publico colombiano, pero decidí ver esta obra por la juventud de sus creadores y porque eventualmente son los que nos van a representar en los años venideros.

No es una pieza de danza con gran virtuosismo, cuenta una que otra historia y con eso para mí está bien. Aunque el comienzo tiene una partitura bien estructurada, a nivel visual y coreográfico no plantea nada del otro mundo y por un momento uno siente que va a ser otra obra larga, aburrida y sin dramaturgia, como casi todas las de su género, pero don Vladimir tiene la capacidad de burlarse de sí mismo y de sus colegas, y gracias a los dioses la cosa cambia ostensiblemente con la entrada a escena de un balón de fútbol que se convierte en el hilo conductor de la tragicomedia que viene a continuación.

Afortunadamente el fútbol no es de mi agrado, como no lo son otro tanto de las aficiones típicas de nuestro pueblo, pero me pareció interesante ver cómo con un balón se hace una buena coreografía, llena de lugares comunes (como lo diría cualquiera de mis colegas), tanto, que como casi todas las manifestaciones populares termina en violencia (¡asco!.. eso es lo que me produjo la primera parte de la historia). Qué horrible es ver cómo somos los seres humanos, cómo destruimos todo, pero lo peor: cómo somos los colombianos.

El primer acto cumple su cometido; cuenta una historia clara, es divertida y deja la sensación de que estamos viendo algo distinto, o más que distinto, un espectáculo que le hace honor a la danza teatro.

El segundo acto comienza con una escena netamente teatral en la que estos bailarines hacen un gran esfuerzo por actuar, y es ahí donde está el gran problema de la obra: como actores son excelentes bailarines; la verdad, era mejor no ponerlos a hablar, o a interpretar de esa manera; los personajes no llegan a ser estereotipos, no logran trascender. Es entendible, estos jóvenes tienen una formación fuerte en la danza y eso se les nota, pero una pieza de estas características exige una dirección actoral consciente, responsable; las escenas actuadas, aunque divertidas, muestran una gran falta de rigor a la hora de interpretar.

Creo que tanto el dramaturgo como el director se fueron por la fácil, sobre todo aprovechando lo que cada intérprete da corporalmente; aplaudo el rigor del trabajo coreográfico y estoy seguro de que era más fácil abordar esta segunda parte desde el cuerpo que desde el texto; se nota que el señor Rodríguez es ajeno a esta forma tradicional de interpretar y si alguien le dio la mano con la dirección actoral, a ese alguien le hace falta mucho bagaje y experiencia en lo que tiene que ver con la dirección de actores.

Con esto no estoy diciendo que sean malos intérpretes; en lo suyo son buenos, pero lo que hacen con todo el cuerpo en la primera parte lo dañan al abrir la boca en la segunda; la presencia, el estatus, la fuerza, la seguridad, se pierden cuando se ven expuestos ante una forma narrativa ajena a su formación. No había necesidad de meterse en este terreno cuando son tan buenos para crear imágenes, ¿por qué no seguir como venían?

Quisiera detenerme en este punto, pero hay un personaje que no puedo sacar de mis pensamientos; me perturba y me inquieta su pobre desempeño. Me refiero al señor Julián Garcés: El caballero en cuestión no sólo es pésimo actor; como bailarín es el de menor habilidad, y cuando abre la boca acaba con todo; esto no tiene nada que ver con lo que dice; es la forma en que lo dice: no tiene dicción, ni proyección, ni presencia, ni estatus; muy triste que las escenas más fuertes se vean desfiguradas por las carencias de este intérprete. Más de uno dirá que eso es racismo, pero NO señores: ¡Esto es crítica!

Finalmente tengo que reconocer que la obra tiene una gran identidad colombiana y que muy a pesar de todo hay una inquietud por contar historias de varias maneras.

Como dice mi mujer: ¡es mejor atajar que arriar!

Justo CF.

jueves, 20 de agosto de 2009

Un regalo para Bogotá

Hace algunas semanas regresé de mi viaje a Düsseldorf, donde pasé el verano plácida y hasta a veces aburridamente con mi señora, mi hijo, mi nuera y los trillizos. Paseamos por el museo Aquazoo – Löbbecke, muy conveniente para ellos: pingüinos, moluscos, insectos, agua y más agua; todo lo que unos niños de 6 años desean en época de vacaciones.
Mientras disfrutaba del clima y de estos maravillosos paisajes, recibí noticias de la aguda pero no extraña sequía teatral de nuestra querida y desbaratada cuidad, así que fue tiempo de volver, de regresar, de retornar.
Debo reconocer que mi estadía en Europa fue muy placentera y el no haber asistido a ningún espectáculo teatral, relajó mi espíritu y me devolvió a mi patria cargado de buenas energías y tolerancia para lo que de ver espectáculos se trata…
Volví a mis andanzas de viejo desocupado, a mi periplo por los escenarios capitalinos en busca del tan anhelado hecho teatral, aquel que me contraría, me seduce y muchas, pero muchas veces me decepciona; no crean, he tratado de dejarlo, he tratado de poner mis ojos en otras cosas, pero no puedo; está dentro de mí, hace parte de esencia, en fin… esto es un mal necesario.
Dentro de esta búsqueda tuve la “fortuna” de asistir a la función de estreno del naciente festival “Impulsos”, que se inauguró en La Casa del Teatro Nacional.
Muy encomiable me parece el esfuerzo conjunto que desean realizar los organizadores de este magno evento, que coadyuvará a aquellos que vienen realizando festivales desde hace varios años, como La Libélula Dorada, que desarrolla anualmente un festival de danza contemporánea en donde tienen cabida muchas de las propuestas de nuestra danzante joven ciudad.
Yo sabía a lo que iba, sabía que me tenía que aguantar uno o más discursos antes del performance, pero lo que no esperaba es que esta primera parte del evento de inauguración resultara ser más entretenida y divertida que la obra misma.
Las palabras de bienvenida de Adela Donadío fueron sentidas, emotivas, anecdóticas y muy informativas. Sale a relucir su capacidad de concreción de ideas, su redacción fina, cercana a los oyentes, se notó su propósito y compromiso como coorganizadora del festival.
Al llegar el turno de Tino Fernández, el espectáculo cambió radicalmente. Los nervios se le notaban a granel. Su discurso amenazaba interesante, y su lectura fluía con naturalidad. La sorpresa llega con el primer punto aparte, cuando Juliana Reyes, coorganizadora del evento, irrumpe favorablemente para brindarle un respiro a su colega como si entrásemos en la ceremonia de entrega de aquellos mediocres premios que se otorgan a los actores y actrices de la televisión criolla, o al mejor (o peor) estilo del reinado de Cartagena. Él y ella compartieron párrafos, a cual más elocuentes; lo único que faltó fue el cetro, la corona o la estatuilla, porque en el público había uno que otro representante de jet set criollo.
Muy bien escrito el discurso, prepotentemente bien escrito; elitistamente bien escrito. Entendimos claramente cómo ellos (Fernández y Reyes) se autoproclaman los mártires del medio de la danza, los redentores de un género que necesita ser favorecido y compartido masivamente.
La feria de las autoproclamaciones continúa, pero el tono cambia cuando declaran su festival como el “hermano menor” del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, que por cierto está muy ecológico por estos días, a cuenta de un arbolito anaranjado con tacones que creció sobre la tumba de Fanny Mickey para convertirse en su imagen oficial. Que me perdone la Señora Mikey, o mejor; Señora: perdónalos porque no saben lo que hacen!
Oportuno el anuncio de la hermandad, nos queda clarísimo hasta dónde quisieran proyectar su Festival. Muy de “hermano menor” cuando Fernández detiene el discurso, hace una pausa interpretativa, dirige su mirada hacia la nueva directora del FITB y escupe un sentido e ingenuo: “Ana Martha, buena suerte”. ¿Ah?
Si yo en mis juventudes hubiese hecho eso con mi hermano mayor en cualquier evento de clase alta donde nos desenvolvíamos brillantemente, él me hubiese llevado aparte para reclamarme tajantemente mi falta de tacto y mi alevosía.
Como si no fuera suficiente, Fernández y Reyes pregonan la siguiente frase como si estuvieran en la plaza de Bolívar frente a 50 mil personas: “… BOGOTÁ, ESTE FESTIVAL ES PARA USTEDES”.
Muchas gracias señores por el ofrecimiento, muy altruista de su parte, pero ¿De dónde la plebe, el público en masa que se pretende llevar a estos eventos, va a sacar los 40 mil pesos que cuesta ir a ver un espectáculo allí? Vaya elitista manera de masificar su naciente propuesta.
Un festival en su PRIMERA edición como este, no se puede dar el lujo de cobrar como el “Hermano Mayor”, que lleva 20 años posicionándose en la mente, en los corazones y en los bolsillos de la gente.
Aplaudo la iniciativa y me parece formidable que alguien se tome el trabajo (que es bastante) de abrir espacios para intercambiar experiencias, pero no por eso voy a ser indulgente: lo que no soporto es la arrogancia de los organizadores. ¿Acaso esperan que nos arrodillemos ante ellos y les demos las gracias eternamente?

Oscuridad. Empieza la función. 50 minutos de texto entre una francesa y una española. Muy poco movimiento.
¿Será que tan temprano se les acabaron los Impulsos?

Justo CF.

miércoles, 18 de marzo de 2009

La escuelita de Adelita.

Sobre Inocencia, el trabajo de graduación de la última promoción de la escuela de la Casa del Teatro Nacional, dirigido por Adela Donadio.

En los últimos años por cosas del destino he visto varios trabajos estudiantiles y por lo general he salido muy triste por el bajo nivel de las puestas en escena y por ende de aquellos que las interpretan, pero tengo que reconocer que en este caso en particular la cosa no es tan grave.

Es difícil criticar una puesta en escena de estas características porque son varios elementos que hay en juego. Pero particularmente en obras de este tipo me dedico a observar el trabajo del actor y su personaje; sobra decir que logro olvidarme de lo técnico para concentrarme en percibir qué tan bien preparados están estos muchachos para afrontar lo que se les viene de ahora en adelante.

Siendo consecuente con lo anterior evitaré hablar tanto de la directora como de la puesta en escena (aunque me muero de ganas por hacerlo!), qué pesar, pero hay que ser objetivos: esos aspectos no son importantes en el momento.

Siempre que veo una obra de estas me queda un mal sabor de boca, porque a mi modo de ver, la desgracia de las obras estudiantiles radica en el casting tan pobre que resulta de combinar talentos desiguales de los estudiantes, y el resultado final no deja visualizar el verdadero nivel en el que se encuentra el actor, y eso que esta obra logra situar muy bien a varios de sus intérpretes.

Varios actores me vienen a la mente: Por ejemplo, Edwin Maya, un muchacho que cumple con las características de Fadoul; el muchacho contribuye efectivamente al desarrollo de la pieza y con esto no estoy diciendo que sea el mejor ni el más talentoso.
Alejandro José Riaño – Una ficha que se mueve discretamente en el escenario sin aportar mayor cosa a la puesta en escena. Su discurso desde el distanciamiento en el principio de la obra no fue el más acertado.

Andrea del Pilar Mora – Absoluta… mente simpática la muchachita bailando en ese tubo; la niña promete, y no sólo porque que se destaca por su belleza, sino porque además se le nota el esfuerzo a la hora de crear un personaje que no siente culpa por sus acciones.
Lina Fernanda Balvuena, una de las grandes damnificadas en esta obra; no sólo está fuera de casting, sino que además el planteamiento de “ella” está fuera de toda borda. Un vestuario y un peinado no son suficientes, y si el actor no se acomoda al personaje, pues hay que buscar la forma de llegar a una interpretación acorde con sus posibilidades y adaptar la pieza para que todos los actores puedan demostrar de lo que son capaces.
María Margarita Mora – Si ella tuviera una gasolinera…- Un gran talento que añadió “el toque” a esta obra que a ratos nos tumba del sueño.

Laura Cristina Rodríguez – La verdad, Hubiera sido mejor que La señora Habersaat se quedara sentada durante toda la obra. Y lo siento por esta estudiante, porque lo terrible de su trabajo es que su personaje es uno de los más importantes y más lindos de la obra, y desafortunadamente, apenas si podemos ver algo de su sicología; La señora Habersaat queda reducida a un intento de locura, un mal chiste, una payasada de distorsión. Nuevamente, el peinado y el vestuario no son suficientes.

Silvia Juliana Arias – La mujer (venida a menos) del agente de pompas fúnebres – Una niña a la que se le nota el esfuerzo que hace en escena, y se le agradece.

Laura Alaguna – La madre , la suicida, la cantante - No veo la necesidad de ponerla a hacer todo lo que hizo, y lo digo porque citando sólo la primera escena de la señora Habersaat, me pareció terrible, y no sé si es por el tono de actuación propuesto por la directora, o porque definitivamente le falta mucho como actriz; espero por su bien que sea lo primero. El resto del tiempo sobró.


Lo que quiero decir con todo esto es que sé que es muy difícil encontrar una obra (sea clásica o contemporánea) que se acople a las necesidades particulares de estos elencos tan diversos y disparejos, ¿Qué hacer? ¿Quince monólogos? -Qué aburrido! ¿Contratar a un dramaturgo que les escriba una obra que les quede como anillo al dedo? -Qué difícil… aunque no imposible. Pero ni siquiera este viejito senil que todo lo ha vivido tiene la solución.

Lo que sí hay que hacer es destacar (y ese es el objetivo de estos procesos) es que en estos nuevos actores que están saliendo de esta escuela se ve la mano de unos muy buenos maestros; se nota el rigor de las clases de voz, de cuerpo, de actuación (a veces); se saben parar en el escenario sin temor, y eso se aprende al pasar por una buena escuela como la de la Casa del Teatro Nacional; No es el caso de los muchachos de la Academia Charlot, a cuyos montajes de graduación he tenido la desgracia de asistir, y créanme que no salen sirviendo ni para trabajar como extras en padres e hijos.

Aplaudo la labor de Adela Donadio y de los profesores de la Casa del Teatro Nacional por creer en estos muchachos y espero que sigamos viendo los frutos de procesos de este tipo.

Justo CF.

miércoles, 25 de febrero de 2009

HIENAS, CHACALES Y OTROS ANIMALES CARNÍVOROS

Primero que nada quiero agradecer a todos los que en mi ausencia se preocuparon por mí. Los mensajes que recibí de su parte fueron alentadores y vigorizantes, y me sirvieron para soportar las largas noches de hospital. Hace pocos días salí de la clínica Shaio en donde le hicieron una cirugía a mi corazón, que como es normal a ésta edad ya estaba para reparar; pero no se preocupen, gracias al doctor Santos y a las enfermeras tan queridas de la Shaio todo salio muy bien y aquí seguimos dando la batalla, sólo espero que ninguna de las cosas que voy a empezar a ver este año me produzcan un infarto.

Hoy quiero hacer referencia a un tema que por un momento pensé que ya no valía la pena pararle bolas, pero viendo los últimos acontecimientos me doy cuenta tristemente que sigue sin resolverse. ¿Quién va a asumir la dirección del Teatro Nacional y del Festival Iberoamericano de Teatro?

Por eso decidí titular el articulo “HIENAS, CHACALES Y OTROS ANIMALES CARNÍVOROS” porque de esos hay de sobra al interior de esa institución. Qué tristeza que la cultura esté plagada de pusilánimes poco talentosos y hambrientos de poder.

Era lógico que algunos de los colaboradores de la señora Mickey quisieran quedarse con su puesto debido a lo que en el medio representa estar a la cabeza de tan prestigiosa institución, pero el problema es que ella no vio en ninguno a un sucesor, porque no lo estaba buscando. Tanto La Fundación Teatro Nacional, como el Festival Iberoamericano fueron su proyecto personal y como tales se los está llevando a la tumba.

En un principio nadie expresó abiertamente querer subirse al poder, cosa que me extrañó bastante y por el contrario, andaban como huerfanitos buscando un tío rico que los quisiera adoptar, pero ante la negativa del Señor Ramiro Osorio, los pobres huerfanitos se quitaron la piel de ovejas y salieron a relucir los chacales de sus verdaderas intenciones.

Entiendo y comparto la posición de los actores al apoyar a la señora Ana Marta de Pizarro; ella es una mujer respetada, reconocida y su cercanía a la señora Fanny hace que conozca muy bien todo lo que hay detrás de ese negocio, y lo mejor de todo es que ella sí sabe cómo se consigue la plata. Ana Marta tiene el número del móvil de los presidentes de las principales empresas del país y a diferencia de nosotros, los simples mortales, hay muchos políticos y personajes influyentes que le pasan al teléfono a ella sin pensarlo dos veces. Claro que ella tiene sus falencias; seguramente no tiene la sensibilidad artística que se necesita para tan altos ministerios, o el talante para organizar a tanto payaso (porque hay mucho) en ese circo, y eso hace que no sea la mas idónea, pero, y si no es ella, ¿entonces quién?

Ya sé… Él, Jorge Alí Triana, individuo que al parecer ha manipulado todo para volverse una opción, que si se vuelve realidad, sería un error garrafal. Él, un hombre perezoso, sin talento y dispuesto a una sola cosa… la rumba. Él, que sí quiere sentarse ahí, pero sólo para devengar un cómodo salario mensual que le permita darse la gran vida como siempre. O no ven como Él se vende al mejor postor? -si le interesara la Fundación Teatro Nacional, no haría “Doña Flor y sus dos maridos” por otro lado (El Arlequín); Él, se pondría la camiseta y se comprometería con la causa de sacar el Teatro Nacional adelante, por el solo hecho de pertenecer a su junta directiva; Él sería leal. ¡Pero no! Miren con quién se junta para montar “Doña Flor”: con Hugo Molina, un mercenario de la escena, así que no entiendo a qué horas esperábamos ser representados por semejante personaje.

Pero pensándolo bien, a mí también se me ocurre que se puede nombrar a Fernando Fernández como director tanto del teatro como del festival; él sí es un hombre que conoce del mundo del espectáculo, es un hombre culto, cultísimo, perspicaz, de buena familia, es un hombre comprometido con… sus causas; un pobre viejo como yo no tiene nada que hacer al lado de tan ilustre caballero; definitivamente es mi nominado; Ojalá los de la junta directiva lo tuvieran en cuenta.

Estoy seguro que varios de los que trabajan al interior del Teatro Nacional que no son parte de la junta y que son los que ejercen presión sobre el doctor Gustavo Vasco se creerán capaces de subirse al trono y soñarán todos los días con ser promovidos como en un cuento de hadas, y por eso digo que las hienas y los chacales tarde o temprano iban a acabar con lo que tanto esfuerzo construyó la (pobre) difunta.

Como van las cosas el que viene podría ser el último festival; sin un líder es muy difícil que una empresa de esta magnitud se sostenga por mucho tiempo. Pero no es tan grave para nuestra ciudad que se acabe el festival, porque hay que reconocer que sus últimas versiones han sido por demás bastante mediocres en lo que a contenidos se refiere, cosa que para el público esnobista de este país no es problema: sólo van a mostrarse ante los demás de sala en sala; pero de todas maneras, hay que reconocer que a nivel de producción y logística el esfuerzo sigue siendo admirable.

Muchos creen que lo mejor que le ha pasado a la cultura del país es el Festival Iberoamericano, pero yo difiero seriamente de ésta afirmación y si no, preguntemos a la gente del Teatro Libre, del Teatro la Candelaria, del Teatro el Local, a Tino Fernández, a Fabio Rubiano y varios más; gente que a pesar de estar apadrinada por el festival le ha tocado sudarla para poder mostrar sus trabajos en otros festivales del mundo.

No es obligación del festival acoger o promover a estos grupos, eso es otro negocio y como negocio la cosa va en un solo sentido: mientras entre la plata de los patrocinadores que cubra los costos y el dinero de la taquilla quede libre, lo demás no importa. Por eso pienso que tarde, muy tarde llegó la llamada “Ventana Internacional de las Artes” o VIA a darle un “espaldarazo” a los grupos, a “conseguir” circuitos para la difusión teatral, o a pretender que lo hace, y entonces ¿Para qué poner una oficina que exporte lo poco que hacemos? ¿Para qué incentivar la producción en miras de nuevos mercados? El teatro en Colombia se volvió perezoso gracias al monopolio generado por Mickey; Teatros, compañías y público se sentaron a esperar patrocinios cada dos años, y los pocos creadores teatrales que eran constantes, se extinguieron esperando a un público que ahorraba para ir cada dos años a ver teatro.

Sólo espero que nada de lo aquí expuesto se haga realidad… esta es una de aquellas situaciones en las que yo quiero estar equivocado!..

Entonces...Salve usted la patria Doctor Fernando Fernández!

Justo CF.