jueves, 1 de marzo de 2012

THAT’S CHICAGO

THAT’S CHICAGO.

Después de tanto silencio y sin muchas explicaciones del porque de mi mutismo, hago este ejercicio concreto y vuelvo al ruedo cual toro furioso, para comentar extensamente del mas reciente hijo de nuestra cartelera teatral bogotana. Ustedes bien lo conocen: CHICAGO.

Vamos desde el comienzo. Muy encomiable me parece el esfuerzo del Señor Joaquín Valencia de montar su “espectáculo”, que argumentalmente sucede en una cárcel; que necesidad tiene de someter a los espectadores a tan terrible sensación. Yo he visto las cárceles por la televisión nacional Señor Valencia y tengo que decir simplemente que si, que la ambientación del lugar se logra extremadamente bien. Su “teatro” es frio, feo, e incomodo. Frondio como diría mi sabia mujer. Que maravilla esas tarimas de circo de pueblo con cojincitos en las que tuvimos que “sentarnos” sin espaldar durante dos horas, embutidos y hacinados como en cualquier reclusorio latinoamericano. Felicito sinceramente a su director de arte por esta maravilla de concepto escénico trasladado con maestría desde el escenario hacia el publico. Con gusto pagaríamos $130.000 por estar inmersos en semejante experiencia. Creo firmemente que fueron muchos los parques temáticos que debieron visitar los productores para llegar a tan glorioso resultado. Menos mal fui la noche del estreno y pude vivir esa incomodidad y esa pasmosa sensación de gratis, como toda la farándula capitalina. Difiero de la mayoría de la gente que en estas cosas del internet comentan y dicen textualmente que el lugar no está a la altura del espectáculo. Si lo está, el sitio es horrible y en cambio el “espectáculo” también. Y bueno, está a la altura de lo que se presenta en los teatros de la zona como el Astor Plaza, el teatro Santa fe o el de La Carrera.

Ahora vámonos al escenario, si así se puede llamar a esa tarima de conciertos baratos. Vemos un espacio vacío, sin mayor escenografía y adornado simplemente con la presencia de los músicos. Difícil elección. Aunque un musical exige una propuesta visual elaborada para enriquecer la puesta en escena y para que el publico sienta que su inversión esta de acuerdo con lo que está viendo, las nuevas tendencias y en especial la que lleva este montaje alrededor del mundo durante los últimos años, esta centrada en el minimalismo y en favorecer la destreza del director en el manejo de los actores, cantantes, músicos y bailarines para contar la historia de manera fluida. Por decirlo de alguna manera casi “teatro de actores” como dirían algunos eruditos del medio.

Valga la aclaración: actor no es lo mismo que figurita de televisión. Y figurita de televisión no es lo mismo que figurita de televisión desgastada. Bastante riesgoso montar un musical cuando los protagonistas no saben cantar ni bailar y nadie les dice que no lo saben hacer. Razón tiene Diego León Giraldo al decir que Andrea Guzmán tenia su voz muy escondida. Por algo seria! Para no aturdirnos! Mis castos oídos agradecieron mucho los momentos en los que le falló el micrófono, ya que descansaban de sus aullidos descomunalmente desafinados y ni hablar de la interpretación tan mediocre que hizo de su personaje. Quien le dijo a Juan Pablo Espinoza que cantaba o que bailaba tap? Chapotear y gritar en la ducha no son recursos validos para usar en un escenario. Por el contrario y para mi sorpresa, Stephany Cayo no lo hace nada mal. Afinada casi por completo. Eso si, divina. Que ternura cada vez que dice “jueputa” con su vocecita tierna y el publico ríe complaciente. Buen prospecto para la cultura teatral peruana. No vale la pena profundizar sobre la puesta en escena en la que el director y coreógrafo invitado Roberto Ayala, pasó por encima de la historia y maltrató el texto de una manera brutal, imagino que en pos de la edición para evitar que la debacle durara mas de dos horas.

Los “actores” no cantan ni bailan, los bailarines hacen lo suyo pero mágicamente desaparecen durante toda la función, gracias a la mediocre luminotecnia del montaje, lo que se tenia que ver no se vio y lo que debía ser intimo e invisible como la cara del señor celofán si estaba mas o menos bien iluminado, que señor tan bruto, que falta de concepto. Yolanda Rayo canta estruendosamente, pero no actúa. Los dos veteranos de vieja guardia desafinan y la humanidad que los ve no sabe si perdonarlos o condenarlos en la cárcel de su propio escenario. A Consuelito Luzardo la perdonaría, hasta que sale con ese vestidito ridículo a ser el hazmerreir de toda la honorable audiencia. Pensándolo bien no la perdono. Y Víctor Hugo Morant, siempre en lo suyo, siempre haciendo lo mismo, siempre siendo si mismo. Nunca había visto que un personaje sirviera para tantas obras de teatro. Maravilloso su no esfuerzo.

Que nos queda para deleitarnos? La música. La dirección musical de Cesar Escola. Su esfuerzo como director musical se ve empañado por la pésima calidad del sonido del lugar. Los arreglos no son los mejores, pero alcanza uno a sentir en el fondo muy en el fondo, la presencia de la música original. Sin embargo, al abrir el telón de boca; lo único bonito que tiene el “teatro” y escuchar a un argentino con problemas de dicción tratando de ser el “narrador” me dieron ganas de salir corriendo, pero no pude, me tocaba pasar literalmente por encima de muchas personas. Una voz en off lo hubiese hecho mejor.

Que desastre la producción, cómo a un productor medianamente inteligente tiene la osadía hacer un musical como Chicago sin un mínimo de dirección de arte y escenografía, en semejante lugar tan espantoso. Hubiese sido mejor que lo llenara de trastes y decorados para esconder lo inmundo de la puesta y la carencia dirección escénica.

Pobre muy pobre espectáculo musical. Muy mal realizado, mal producido, pesimamente dirigido, perversamente mal iluminado. Sin embargo hay algo que me saca de casillas aún mas: la nota que hizo para el Tiempo el señor Diego León Giraldo. No entiendo de donde saca tanto elogio. Si estuvimos en la misma función. No me parece honesto utilizar un medio de comunicación para hacerle publicidad a un producto el cual patrocina la casa editorial para la que el señor trabaja. Eso se llama publicidad engañosa señor Giraldo. Esperaba mas de usted, que ha tenido la oportunidad de ver obras en Broadway, que se toma fotos con Shakira, que se la pasa viajando, que trabajó para el teatro Nacional y el Festival Iberoamericano, que tiene todo un recorrido en el mundo del espectáculo. Cómo se atreve a escribir tanta mentira en un medio tan importante, prefiero no seguir alegando al respecto porque se me esta subiendo la presión.

Que tristeza, que falta de gusto y sobre todo que ROBO, cómo se les ocurre cobrar por ese “espectáculo” lo que están cobrando, no sea descarado señor Joaquín Valencia. Una cosa es que un productor cobre lo justo por un buen espectáculo y otra muy diferente que pretenda hacerse millonario sin darle a los espectadores nada a cambio, ni siquiera una silla cómoda.

JCF.

Anexo lo que escribió el señor Diego León Giraldo.


Muchos años llevábamos los colombianos sin disfrutar de un buen musical, ese exigente género teatral en el que no solo se deben combinar buenas actuaciones, una puesta impecable, coreografías sincronizadas, voces afinadas y presencias escénicas poderosas, sino además vestuarios en los que se noten el buen gusto y la inversión, con una dirección que balancee las disparidades que en general existen en cualquier elenco.
Pues Chicago es una apuesta para divertirse, pasar un rato agradable y sobre todo sorprenderse con algunos artistas que nos dejan boquiabiertos con sus interpretaciones.
La historia de varias mujeres asesinas, maltratadas y que actuaron en defensa propia, es el comienzo de esta divertida crítica al mundo de la farándula, pues en tono jocoso aquí las criminales son convertidas en celebridades.
Andrea Guzmán, como Velma Kelly, el personaje que en el cine le valió un Oscar a Catherine Zeta-Jones, es sin duda la estrella del montaje.
Aunque ya la habíamos visto, y muy bien, hace años en Crónica de una muerte anunciada, aquí luce más, con toda la sensualidad que el personaje exige y una voz que muy pocos sabían que tenía escondida. Sus curvas de infarto, la picardía y la personificación de Andrea enamoran.
En esta puesta, dirigida por el mexicano Roberto Ayala y con la buena dirección musical de César Escola, Yolanda Rayo, como la perversa carcelara Mama Morton, nos deja claro por qué es una de las mejores voces de este país. Sexy y malosa, sus apariciones llenan el tablado.
Juan Pablo Espinosa, como el inescrupuloso abogado, no tiene la gran voz pero logra a cabalidad bailar y llenar esos zapatos que en pantalla grande fueron usados por Richard Gere.
Tiene carisma y se notan su entrega y preparación. Víctor Hugo Morant, como el Señor Celofán, y Consuelo Luzardo, como la periodista amarillista, no solo son la cuota de veteranía sino que además producen un gozo infinito por la manera respetuosa como se paran en el escenario.
Sus personajes son bufones de sus propias tragedias y vidas fracasadas y nos convencen con el manejo de sus cuerpos y sus voces. Siempre será un regalo disfrutar de sus trabajos.
Los cuerpos de baile, salvo pequeñas faltas de sincronía que seguramente se deben al nerviosismo de un estreno, emocionan y hacen sonreír.
Stephanie Cayo, la otra protagonista, bella como pocas, necesita pararse con más fuerza en la escena. Hay un fenómeno que ocurre con los actores que tienen tablas, los más preparados, y es que cuando salen, llenan con su sola presencia el escenario.
La peruana lo intenta y a medida que avanza la pieza se siente más cómoda con el personaje, sin embargo le falta esa manera rotunda de estar.
El punto en contra, que la calidad del show hace olvidar por momentos, es el espacio, pues el Royal Center no tiene las condiciones de silletería, decoración ni sonido que una puesta como esta merecen.